miércoles, 26 de diciembre de 2018

El valor de la vida




Por si te sirven de algo las reflexiones de una chica que ya no está entre nosotros.
Descansa en paz, Laura, y gracias por tus palabras, que nos sirvan para valorar el presente.

PINCHA AQUÍ, EN EL BLOG DE LAURA


También te dejo esta música relajante.

https://www.youtube.com/watch?v=hlWiI4xVXKY&t=3818s

jueves, 20 de diciembre de 2018

La calidad del pensamiento


Gustav- Klimt

Pues no sé qué decirte, Brandon. Pero cuando uno descubre que todo lo que nos ocurre está ahí para que aprendamos, y que, en cuanto lo tenemos claro, desaparece cualquier vestigio de infelicidad, dolor y sufrimiento…, la vida se convierte en una inmensa oportunidad de jugar, experimentar y disfrutar de esta especie de paraíso secreto y fascinante. Lo único que tengo que hacer es cambiar la calidad de mis pensamientos. Esto es: donde antes decía: «Vaya mierda de día, a ver dónde voy con estos pelos», pues que ahora diga: «Vaya día luminoso. Preparo una mochilita y al campo, a buscar “tesoros” (llámese tesoros a una planta, una piedrita singular, una pluma de ave..., o el simple y maravilloso valor del silencio).

Otra manera de sanear el pensamiento sería dejar que mi hija se equivoque, esperar a que me pidan opinión para opinar o comprender que los ojos con los que yo veo el mundo no se los puedo ceder a otro para que vea lo que yo veo (o lo que me pierdo).

Pues, hala, Brandon, escribe cinco veces (más sería inútil, porque entraríamos en la rutina): “Todo lo que ocurre está dentro de mí”. Y que tengas un día mágico. ¿La llave? = en tu bolsillo.

Mercedes Alfaya.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

El mundo de Aroa


 El Mundo de Aroa: Es una suerte de diario donde una niña, Aroa, va descubriendo el mundo mientras crece.

Pincha aquí




sábado, 4 de agosto de 2018

La cabaña

Copia y pega este enlace.

Aquí encontrarás las respuestas a todo eso que andabas buscando.


https://gloria.tv/video/1fmVJtav8gzzCejpKM1L7wTaq


domingo, 10 de junio de 2018

Momentos


Antiguos compañeros del colegio Ahlzahir, primera promoción de Electrónica, se reúnen al cabo de muchos años en el bar Galiani de Córdoba y el profesor se libera de un curioso vínculo que le pesaba como una losa:


Don Manuel, el profesor de Física y Química, está seguro de que quiere desvelar el secreto que le mantuvo unido a esos chicos y que le acompañó durante tanto tiempo. Los jóvenes, que apenas asomaban sus ojos al mundo, se han convertido en perfectos adultos enmarcados en sus papeles de vida (algunos ya con hijos y otros a punto de ser abuelos).
Tapitas, cerveza, recuerdos…, momentos inolvidables. Presente y futuro se alinean dando paso a lo efímero y cambiante de la vida. Brindemos por el alma del grupo: Antonio de la Torre, alias: El cuelgue (un beso al cielo).









Al final, don Manuel Portero, el profesor de la derecha, entregó a Perea la elaborada chuleta —con fórmulas y apuntes— que le pilló en un examen hace 37 años, y que utilizó como talismán mostrándola a las generaciones siguientes para que no se les ocurriera intentarlo.



Mercedes Alfaya.

domingo, 29 de abril de 2018

Que ocurra lo que tenga que ocurrir


                                                           
 


De cómo el Universo embarra la senda que te empeñas en seguir para colocarte en el camino correcto.

Que ocurra lo que tenga que ocurrir

Me encontré con Maku, una chica a la que hacía tiempo que no veía. Tomamos café y charlamos del dilema en el que se encuentra: tiene un novio majete, pero dice que cuando ve al chico con el que estuvo saliendo, siente que el mundo se para y que ella se desintegra por momentos (como en la peli de Amelie, cuando la protagonista se convierte en agua después de que el chico que le gusta acuda a la cafetería donde ella trabaja).
Si actúa con el corazón, Maku dice que saltaría a por el chico del que está enamorada. Pero claro, la cabeza se impone y ahí estuvo el novio sin un titubeo, mientras que el otro no acababa de dar el paso. Vaya si la cosa está difícil..., y es que la mente no comprende lo que el corazón siente.
A mí no me gusta dar consejos. Cada persona es un mundo y lo que a una le pudiera venir bien a otra le puede salir por la culata, pero ya que la chica se había sincerado, apunté que, en estos casos, lo mejor sería dejarse llevar.
—Y ¿qué significa dejarse llevar? —preguntó ella.
—Significa permitir que ocurra lo que tenga que ocurrir sin forzar nada. —Y añadí que el Universo tiene un plan para cada uno de nosotros. Y que, según ese plan, en la vida nos vamos a topar con todo lo que nos ayude a encontrar nuestro camino.
—¿Sí? Y cuando se va todo al traste, ¿también eso forma parte del plan del Universo?
—También. Lo que queremos no siempre concuerda con lo que necesitamos, y en esto el Universo sabe cómo embarrar la senda que te empeñas en seguir para colocarte de nuevo en la correcta.

Parece que le quedó claro que todo lo que llamamos contrariedades, bofetadas de la vida y demás lo que indica es que vamos contracorriente.
—Vale, pero ¿cómo hago para que esta mente limitada deje de torturarme con este dilema que no consigo resolver? —dijo.
Y le hablé de la meditación.
Meditar es colocarnos en el aquí y el ahora en cada momento. Sin embargo, antes de conseguir esto, necesitamos entrenarnos. ¿Cómo? Con la meditación tradicional, la de sentarnos en una silla o en la postura de loto, erguidos, con los ojos cerrados y “jugar” a que la mente no nos bombardee con sus historias, centrarnos en la respiración dejando pasar cualquier pensamiento que se imponga. No hay que rechazar nada, porque lo que se rechaza se potencia.
—Entonces…, ¿si quiero dejar de pensar en “el otro” pero no puedo evitarlo?...
—Nada, no pasa nada. Reconoces que estás pensando en él, lo acoges, lo respiras y lo sueltas… No lo liberas, que sería distinto. Liberarse es de todo. Soltar se refiere a algo concreto.
—Practicaré la meditación, aunque no me va a resultar fácil controlar la mente.
—Si dices que no será fácil, no lo será. Esto es como el que se apunta al gimnasio, los primeros meses cuesta, pero luego es pan comido. Y a la mente no le digas que la vas a controlar, solo juega con ella. Si descubres que se te ha colado un pensamiento cuando estás en meditación, solo apunta: 1-0 para la mente, hasta que consigas, poco a poco, que los puntos sean todos para ti. Y que sepas que ella (la mente) querrá salirse con la suya. Por eso: te picará la nariz, el ojo, la planta del pie… No le hagas ni caso, tú solo concéntrate en la respiración.
Ains, ¿por qué será que todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda…?


Mercedes Alfaya




domingo, 14 de enero de 2018

lunes, 8 de enero de 2018

Telediario de buenas noticias





Telediario de buenas noticias       

Después del temporal de lluvia que azotó la península en los últimos días, hoy hemos sabido que, a eso de las 21.00 h, una mantita de lana que llevaba varios días tendida en la terraza, por fin, terminó de secarse.
Fuentes fidedignas nos han confirmado que alguien dormirá calentito esta noche.

**********

  La pasada madrugada, dos gatitos que andaban siempre de pelea, por fin han firmado un acuerdo en el que se comprometen a merodear por la urbanización haciendo una labor conjunta de búsqueda de roedores. Por ello, el presidente de la Comunidad está realizando una colecta para habilitar un lugar a los gatos donde puedan refugiarse y tratar sus asuntos en privado.

**********

  Esta mañana, después de unas horas de trabajo y angustia, una fotocopiadora de la oficina de contribución ciudadana, por fin, escupió el folio que mantenía atrapado en su interior. Ocurrió a eso de las doce y treinta horas, estando presentes el jefe de la oficina, dos empleados y el mecánico de turno. Al parecer, el papel se distrajo y una de sus esquinas quedó atrapada en el rodillo, arrastrando la totalidad del documento. De no ser por la paciencia y la destreza del profesional de la máquina, el informe se habría destruido por completo causando un grave incidente a la totalidad del documento al que pertenecía.
Ahora, solo queda dejar reposar la hoja, a ver si se le va el susto.

**********

Una farola que llevaba varios días apagada por culpa de unos gamberros que se ensañaron con ella, ha vuelto a iluminar la parte de calzada que le corresponde. La citada farola había quedado tan deteriorada que los operarios del ayuntamiento estuvieron a punto de sustituirla por otra. Por suerte, los desperfectos resultaron menos graves de lo que se preveía y todo ha quedado en un susto eléctrico.

Mercedes Alfaya.



sábado, 16 de diciembre de 2017

Ya no llegas...

                                                      


Un día vas con tu coche por la carretera y ¡zas! Parada en seco. Ahí termina todo. La vida se desvanece. Ya es seguro que no desayunarás con tu compañera de trabajo ni tendrás que soportar las impertinencias del jefe. Lo bueno de esto, si es que algo tiene de positivo, es que, de momento, se te aclaran las dudas. Por ejemplo, si ya sospechabas algo, lo veías venir y todo apuntaba a que ese día tendrían que prescindir de ti, ahora, la posibilidad se ha convertido en certeza: llegar, no llegas. Y ¿qué se puedes hacer en estos casos inesperados? La verdad es que nada. Ni siquiera existe la posibilidad de pedir ayuda. ¿Quién dispondría de alas para sacarte de este trance solitario y caótico?

Puede ocurrir que se abra la puerta del coche y aparezca tu madre a hombros de Correcaminos: mik-mik, recordándote que ya te lo advirtió, que esa carretera es de pesadilla. Pero bueno, sería una ensoñación, porque tu madre no se va a presentar en el lugar de autos (nunca mejor dicho) para sacarte de un descomunal atasco en el que te has metido tú sola, por cabezota.

Mercedes Alfaya.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Moverse en automático



Llevo algunos años que no siento la navidad; algo que me parece ficticio, un teatro, una farsa.

Por imposición, hay que celebrar unas fechas que ni siquiera concuerdan con la verdad (Jesús no nació el 24 de diciembre). Las familias se reúnen en torno a una mesa donde a veces muchos de sus miembros ni se aguantan. La movilidad, el gasto y el derroche se multiplican, los mercados se desbordan y la gente se lanza a comprar y consumir de una manera frenética. A mí no me importa lo que hagan o deshagan los demás, pero yo he decidido ser coherente conmigo misma: quiero decir que lo que pienso, lo que siento y lo que hago debe concordar para que mi cuerpo no se resienta ante el caos que desencadena la falta de equilibrio entre las partes.

Conozco personas que enferman por estas fechas debido a que no saben cómo manejar algunas situaciones que plantea el tener que reunir a la familia con la falta de espacio, dinero o motivación. Y si hablamos de los adornos navideños…, la tienda de abajo ya flanqueó la entrada con los arbolitos del año pasado cargados de bolas, guirnaldas y luces, todo colocado de forma automática, sin imaginación ni esmero. Si llegara un extraterrestre y preguntara para qué los arbolitos con adornos, imagino que la respuesta sería esta: Es navidad. Y ese "Es navidad" lo justificaría todo. Así nos volvemos más entrañables, emotivos, más gastosos, más glotones, más falsos, más ciegos, más hipócritas… Echamos de menos a los que ya no están con mucho más empeño que en otros momentos y, como es sabido, recurrimos a la rueda del consumismo con la intención de alimentar carencias y socorrer nostalgias. Porque, a ver, si de verdad te apetece reunir a la familia, traer de León a la tía Matilde (que no hay quien la aguante) y almorzar todos juntos una noche, repartir regalos, brindar, incluso tener presente a Jesús, a Buda o a tu ídolo de adoración predilecto, ¿necesitas esperar a que te digan cuándo hacerlo?..., ¿necesitas que los precios se disparen, las calles se iluminen, las tiendas modifiquen sus horarios, los mercados se colapsen y los rótulos parpadeen anunciando el “pistoletazo de salida”: ¡¡¡Es navidad!!!

Bueno, no sé si mi familia comprenderá que yo no voy a continuar con esta farsa ni voy a celebrar las fiestas, con lo que habrá que trasladar el escenario a otra parte si ellos quieren seguir con esto. Lo que sí espero es que lo respeten, como yo respetaré a todo aquel que decida moverse en automático.

Mercedes Alfaya.


miércoles, 8 de noviembre de 2017

sábado, 23 de septiembre de 2017

Premio Canal Literatura

   
                                                                      Pincha AQUÍ

Amor en el tiempo



                                                         
                                                                     Pincha AQUÍ

Finalistas:

Maribel Romero Soler- Elche- Alicante (España)
Francisca García-Casarrubios -Campo de Criptana-Ciudad Real (España)
Belén Solesio – Madrid (España)
Lucía Parrilla Sagra – Jaén–(España)
Mª Dolores Sánchez Lázaro-Carrasco – Madrid–(España)
Francisco Molina López – Murcia (España)
Mercedes Martín Alfaya – Benalmádena -Málaga (España)
Felisa Moreno Ortega – Alcaudete -Jaén (España)
Carlos Garrido Rubio Madrid –(España)
Ana Mª Álvarez Barroso -Madrid (España)

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Cincuenta veces


              He suspendido lengua.
           Se me olvidaron las tildes de «espárrago», «había», «camión», «lápiz», «música» «mágico y «fútbol». La seño me ha puesto en el cuaderno de casa que escriba cincuenta veces cada palabra.

          Un niño me preguntó que si yo no lloraba cuando me suspendían. Y le dije: «¿Si lloro me aprueban? No ¿verdad? Pues entonces voy a escribir las palabras cincuenta veces y ya está».
        En casa, cuando iba por la que ponía «música» pensé: si lloro ahora no me ahorro escribir las otras, porque la seño no me ve. Entonces hice una paradita, me fui a la cocina, busqué el tarro de las chuches y me comí tres gominolas. Pero no me pude lavar los dientes porque no me daba tiempo a terminar las otras palabras.
  

       Como la seño se equivoque otro día y, en vez de Aroa, me llame Emma, le voy a decir que ella también copie mi nombre cincuenta veces en el cuaderno, para que vea lo que duele la mano de tanto escribir, que luego no puedo ni coger a mi hamster.

Del libro: "Tesoros y el mundo de Aroa" 
Mercedes Alfaya

lunes, 12 de septiembre de 2016

La seño Almendra




El sábado fue mi cumpleaños. Ya tengo el uno y el cero: diez. También era el cumpleaños de mi perro Darwin, aunque se murió el día de antes. Pobrecillo. Darwin era muy mayor, tenía catorce años. Dice mamá que eso es como ochenta o noventa para las personas. Ya no veía y le costaba andar. Me han regalado un álbum con todas las fotos que nos hicimos juntos. En una estoy con él en la puerta del cole, cuando yo era chica. Le puse la mochila para que pareciera que él también iba al cole, y le gustó. Hay otra que estamos los dos viendo la tele, abrazados en el sofá. También tengo fotos con él en el parque, persiguiendo a las palomas. Darwin era muy cariñoso, siempre daba la pata cuando veía a la gente. Yo lo voy a echar mucho de menos, aunque sé que está en el cielo y lo pasará muy bien, por eso no hay que estar triste.
Mi tita Vero tiene una clínica de animales y este verano estuve ayudándole con los perritos que había que curar. Me encantan los animales y creo que de mayor seré veterinaria; o algo así. A veces, cuando vamos al Parque de la Paloma, atrapo algún conejo para tenerlo un rato en los brazos y luego lo suelto.
A ellos no les gusta que los cojas, pero yo sé cómo hay que hacerlo para que no se asusten. Además, me puse unas orejas de conejo para darles confianza.

                                                 


Hoy ha empezado el cole, después de las vacaciones de verano. Todavía no tengo comedor, porque me cambiaron de cole el año pasado y hay que esperar a que la Junta nos dé más plazas. Pero, bueno, estoy contenta porque ya entro en 5º C. He visto a mis amigas, aunque todavía no me ha dado tiempo a contarles lo de Darwin.

Nos ha tocado la seño Almendra, que me daba prácticas el año pasado. Le voy a decir que si podemos estar un minutito en silencio por mi perro, yo sé que la gente hace eso cuando se muere alguien famoso; y mi perro ya lo es, sale en mi libro de “El mundo de Aroa”.



Última hora: el jefe estudios ha llamado a casa para decirnos que la Junta ha concedido las plazas que faltaban y ya tengo comedor. Menos mal, porque mamá trabaja y sería un lío. ¡Gracias, Junta!

domingo, 4 de septiembre de 2016

El mejor premio


                                                                     



Acabo de encontrar este audio por Internet. Son los niños de un colegio (no sé cuál ni de dónde) leyendo mi cuento "Acacia y el Viento". Me ha emocionado. Sin duda, esas voces que dan vida al cuento es el mejor premio para mí.

Gracias, mis pequeños ángeles.
Pincha a la izquierda en "Reproducir".

https://www.ivoox.com/acacia-viento-audios-mp3_rf_9505951_1.html


Y, si quieres leer el cuento, pincha Aquí.


sábado, 27 de agosto de 2016

Así se fragua un premio Nobel y Mordiendo el lápiz

                                                                           

        Cuanto más leo a los Premiso Nobel más me parece un churro lo que escribo. Aunque, esto no me desanima en absoluto, que va, al contrario. Ahí voy con mi lápiz a la caza y captura de esa sutileza a la hora de introducir a los personajes, añadir recursos literarios, palabras nuevas, imágenes…Una sorprendente manera de decir lo mismo que diría otro, pero en plan Premio Nobel. Ellos eligen cuidadosamente cada palabra, cada verbo, cada adjetivo..., y todo eso que se necesita para que un escrito luzca impecable. Nada en sus escritos aparece por azahar, nada es abstracto, impersonal o lejano. Todo ha sido fraguado de una manera artesanal, con oficio..., fruto de la maestría que les otorga su trabajo de tiempo.
       
         Aprender a escribir no es fácil, pero es posible.
       
     Yo, como verás, me entreno lo que puedo. Mientras tanto, seguiré aprendiendo de los maestros y trabajando con ilusión. A ver si consigo convertir mis churros en jamón (pareado), que dicen que no hay nada imposible si uno se empeña y trabaja. Sobre todo si trabaja. ¿Quién dijo que un premio Nobel se compraba en el kiosco de la esquina? Aunque, a veces, y de forma sorprendente, sí que me los encuentro por ahí, y hasta se empeñan en hacerse una foto conmigo. ¿Será que les doy suerte?, je, je.




MORDIENDO EL LÁPIZ

      Se llama Asia, cursa 3º de ESO y hoy es su cumpleaños (15 primaveras). Con quince años, yo ya tenía novio; bueno, salía a escondidas con un chico que me daba la mano. Asia y yo nos vemos a diario en mi casa: una hora, de lunes a viernes. Antes de que llegue, ya tengo preparada la calculadora, los ejercicios y el tema del día: ahora, andamos con las potencias. Asía dice que no le gustan las mate; pero no es cierto. Lo que ocurre es que todavía no aprendió a jugar con los números, hacer piruetas con los exponentes negativos, encontrar valores para la “x”, merendarse los paréntesis y mantener erguida la espalda.

        —Tienes que sentarte recta, mirar el problema desde arriba, con elegancia y certeza, tomarte unos minutos antes de buscar la solución y dejar que los números te guíen. Porque los número hablan ¿lo sabías?..
       Asía me mira, sonríe; mordisquea el lápiz, piensa, suspira. y vuelve los ojos al cuaderno.
      —Este 2 dice que quiere multiplicar todo lo que hay dentro del paréntesis —le digo—. El paréntesis dice que, primero, necesita que eleves al cuadrado su contenido. Y el quebrado se queja, porque quiere ser entero (como los demás). ¿Lo ves? Ese es el lenguaje de los números. Vamos a utilizar las herramientas que tenemos para resolver este ejercicio,y que los números se sientan a gustito. ¿Te parece? Pues venga… Afila el lápiz, que esto está chupao.
      Yo no sé si Asia conseguirá aprobar las mate en septiembre, pero lo que sí intentaremos es que pierda el miedo a los números; que aprenda a escucharlos, a jugar con ellos; que descubra su magia… Los números, si los tratamos bien, siempre nos dan una solución (lo que prueba que los números son muy agradecidos...). Estaba pensando que, cuando yo tenía quince años, tampoco escuchaba a los números, porque prefería morder el lápiz y pensar en ese chico que me tomaba de la mano y me hacía suspirar de gloria…




       MILAGROS

     Están poniendo Superman en la tele. Mi hija se ha parado delante de la pantalla a ver si, cuando Lois se tira a la catarata, Clark se vuelve Superman y la salva; y así, la chica confirma sus sospechas. Pero no, el tipo se hace esperar y, de momento, le manda un tronco para que se agarre, pero de sacar pecho, leotardos y capa, nanai de la China.
       Ella (la chica) se ha quedado muy desilusionada. Le hubiera gustado que su amigo grandullón y torpe, al final, se convirtiera en héroe y la salvara (tal vez para presumir de novio delante de su jefe y de sus compañeros de trabajo), aunque, Lois, la chica, tendrá que esperar…
       Y mi hija, al ver que Superman no tiene ningún interés en demostrar sus poderes ni vacilar delante de la muchacha, se ha colgado al hombro su bolsa de la playa y se ha dado media vuelta diciendo: «Joder, yo quiero un Superman en mi vida». Y yo, para hacerla reflexionar, he puesto voz de tontina diciendo: «¡Sálvame, Superman! ¡Sálvame!». Y todo para ocultar que yo, de joven, también quería un Supermán en mi vida, de esos que te animan a cruzar puentes levadizos, te retan a salir del agua por ti mísma, saben hacer ponpas de jabón sin que se exploten y llevan calzoncillos de algodón bajo las mallas.




POR "GÜEVOS"
                                                                     
      Correos va cada vez mejor. No veas qué pedazo de oficinas están montando. Aquí incluso han cambiado de calle para aprovechar unos locales nuevos. Entras y respiras modernidad: ventanales, mostradores, numerito de turno y a esperar.
      ¡Ya!, el mío.
      —Muy buenas. Mire, quisiera enviar este cuadernillo a un amigo. Vive en Linares. Es un cuento y él es el ilustrador. Le hará ilusión ver cómo han quedado sus dibujos, ¿sabe?
     —¿Quiere un sobre normal o plastificado? Lo digo porque en el plastificado va más protegido.
    —Ah, sí, sí. Mejor en un sobre plastificado; mucho mejor, gracias.
     Añado el destinatario, el remitente, añaden el sello (que ahora es un tampón sin estampa ni chorradas conmemorativas) pago, y listo. Mi sobre pasa a una bandeja que el empleado tiene a su izquierda.

        «No veas lo contento que se va a poner José cuando vea sus dibujos en ese papel tan especial donde los he impreso», pensé.
       Cuatro días después…
     —¿No me digas que todavía no te ha llegado? Si lo mandé certificado, urgente, expréssss, plastificado... Bueno, teniendo en cuenta que Linares está a unos doscientos kilómetros de Málaga, y con lo que pesa el carrito de las cartas, igual se le hizo de noche al cartero y tuvo que pernoctar en el camino —bromeo, pero con una mala leche...
        ¿Que cómo terminó la historia? De penita.
        
        El sobre llegó (tarde, pero llegó). Y ahora, mi amigo José anda buscando al irresponsable de Correos que se empeñó en que el sobre (más grande que la abertura del buzón) tenía que entrar en el buzón (con la abertura más pequeña que el sobre) por güevos; aunque tuviera que destrozar el cuento, los dibujos... y el plastificado que lo protegía. Y todo quedó hecho un churro después de pagar certificado, urgente y el sobre protector.
         Me recuerda el día que se me ocurrió comprar un sofá que, al final, no entraba por la puerta de mi casa y el empleado se empeñó en: forzar, forzar y forzar hasta que saltaron los muelles interiores y el sofá se descuajaringó. Pero él seguía diciendo: «Esto entra aquí por güevos». Claro que, luego, por ovarios, tuvo que llevárselo a la tienda y cambiármelo por otro.
        Pero bueno, que tampoco le vamos a pedir a Correos que le ponga escolta a nuestros envíos, faltaría plus; solo nos queda agua y ajo (aguantarnos y jodernos). ¡Ah! Y las hojas de reclamaciones, que para eso están.
       Dejo esta imagen para que mi amigo se relaje con la visión del agua y el delfín y siga pintando; quién sabe si Correos recapacita y, algún día, emite una colección de sellos con sus dibujos (aunque sea... por güevos).



miércoles, 3 de agosto de 2016

Una raíz es una flor que desprecia la fama

Perelmán demuestra que el dinero, a veces, no puede comprar lo que uno ya tiene.

             Siempre me han fascinado las matemáticas. De hecho, cuando estudiaba Psicología, estuve pensando en cambiar de carrera. Me guatan los números, sí, claro que, sin ánimo de resolver ninguno de los enigmas matemáticos propuestos por la comunidad científica (creo que existen 23). Por ejemplo, la llamada conjetura de Goldbach dice que, cada número par mayor que 2 se puede escribir como la suma de dos número primos.
            A ver, voy a probar:
            8 = 5 + 3 (5 y 3 son primos)
           24= 17 +7 (17 y 7 son primos)
          ¡Funciona!
         Y todavía no ha sido resuelto (o sea, no se ha encontrado el porqué ocurre esto).

          Pues bien, en una de esas incursiones al mundo de los números, me he topado con la noticia de que uno de esos enigmas del milenio —la llamada, «conjetura de Poincaré»—, ha sido resuelta por un tal Perelmán, matemático ruso.
       “El 18 de marzo de 2010, el Instituto de Matemáticas Clay anunció que Perelmán cumplió con los criterios para recibir el primer premio de los problemas del milenio de un millón de dólares, por la resolución de la conjetura de Poincaré”.
         Y el tipo va y rechaza el premio; como te lo digo. Ya, unos cuatro años antes, también había hecho lo mismo con la medalla Fields, otro de los galardones matemáticos. Vamos que ha rechazado nada más y nada menos que ¡un millón de dólares! ¿Tú sabes lo que es eso?... Y todo porque no quiere estar expuesto como un animal en el zoológico. Dice que no es un héroe de las matemática, por eso no quiere que todo el mundo le esté mirando.
           Grigori Perelmán, como se llama el cerebrito, mantuvo que aprendió a "calcular los vacíos" y que sigue conociendo los mecanismos de "llenar los vacíos sociales y económicos”: 
          —Sé cómo manejar el Universo. Ahora díganme ¿por qué tendría que correr a buscar un millón?»  —resumió Perelmán. Bueno, el hombre parece que tiene argumentos de peso; y si no son de peso, al menos son éticos, ¿no te parece?
       El caso es que ya había rechazado previamente un prestigioso premio de la Sociedad Matemática Europea, alegando que el comité del premio no estaba cualificado para evaluar su trabajo, incluso positivamente. Joder, a eso se le llama ser clarito, no tener pelos en la lengua ni abuela (¡Ay! Lo que vale mi niño!).
       Y con respecto a su juventud, en Budapest, donde representó a la Unión Soviética y ganó una medalla de oro, dijo: «Cuando nos preparábamos para la olimpiada nos ejercitábamos con problemas cuyas soluciones requerían la habilidad de pensar de manera abstracta»
      Asimismo destacó que el problema más difícil al que se enfrentó en esos años fue calcular la velocidad con la que Jesucristo tendría que haber caminado sobre la superficie del agua para no hundirse. El matemático no precisó cómo resolvió el misterio bíblico, pero apuntó que el hecho de que la leyenda siga viva quiere decir que no se equivocó en sus cálculos. Aunque, el gran premio para él fue demostrar su teorema de Ponincaré.
      
      Desde 2005 permanece retirado de las matemáticas.

* * *
Pues bien, reitero que me gustan las matemáticas, y añado un ¡ole tus güevos! para el chico, por no dejarse comprar por nada ni por nadie (y eso que ahora está sin trabajo y vive en una pensión de tres al cuarto con su madre), pero, ¡míralo! Que no. Que no le van a revolver su intimidad, que el tío lo que necesita ya lo tiene. ¡Ea! Mira qué fácil. 
      Y digo yo... ¿Cuál sería el premio por mandar al cuerno a mi jefe y pasar del sueldo? Ufff. A ver si, mientras me decido, me entretengo con alguno de los 6 problemas del milenio que faltan por resolver.
     Aunque, ahora que lo pienso... ¿Tendría yo ovarios para rechazar un millón de dólares si me hiciera con la demostración de alguno de estos enigmas? Por si acaso ni lo intento.




LA VIDA CUANTO MÁS VACÍA MÁS PESA

             Me gustaría saber porqué unas personas son capaces de amarrar el carro de su existencia y conducirlo a través de temporales inciertos o campos de amapolas. Y, sin embargo, otras dan la espalda a los días, se repliegan en su tristeza y no consiguen disfrutar de este milagro que llamamos vida; con sus chaparrones y sus distinguidos amaneceres.
           Una vez, me contaron que, antes de venir a este mundo, las almas, aunque luego no lo recuerdan, adquieren un compromiso pactado: eligen el tiempo que quieren estar en esta escuela, y la forma de abandonarla (acumulación de créditos para los que más sufren, traducidos en graduación más rápida). Pero claro, esto es como todo, también los hay que no tienen prisa, y quieren disfrutar del camino, tarden lo que tarden, sea ancho o estrecho, verde o pantanoso.
                Pero, ¿qué pasa cuando alguien ya no quiere estar aquí, cuando su vida se vuelve pesada y vacía, pero no quieren ayuda? ¿Por qué seguimos sufriendo por estas personas? Igual, nos estamos equivocando y a quien hay que cuidar y animar es a ese otro que sigue en carrera, que quiere llegar a la meta, que se esfuerza... ¿Por qué, entonces, nos volcamos más con aquellos a los que no les gusta la vida pero tampoco hacen nada para cambiarla?
        Yo creo que ha llegado el momento de valorar al que se levanta y pelea, al que busca todo aquello que le anime a cumplir con su contrato de vida, sin escudarse en lamentos ni vacíos, con valentía y esfuerzo. ¿Tú qué dices?...





LO MEJOR DE LO PEOR…

         Durante mucho tiempo, temí que me dieran lo peor, por eso decíaa lo que tendría que haber dicho no; me cargaba con tareas que los demás no querían, aguantaba la discriminación y, a veces, hasta tiraba la basura que el servicio de limpieza olvidaba en la puerta. 
       Temiendo que me dieran lo peor, me mantenía disciplinada y obediente, encantadora y dispuesta, servicial y colaboradora…, en resumen, me desvivía por los demás.
       A pesar de todo, un día, me dieron lo peor.

       Al principio me pregunté por qué. Por qué esa injusticia, por qué yo, por qué… Enseguida me di cuenta de que la pregunta no era por qué (por qué ocurre esto o aquello), sino para qué; y la respuesta llegó.
       Me dieron lo peor para que dejara de tener miedo a que me dieran lo peor.
       Me dieron lo peor para que nunca más dijera sí, cuando tendría que haber dicho no, por miedo a que me dieran lo peor.
      Me dieron lo peor para que no cargara con las tareas que los demás no querían por miedo a que me dieran lo peor.
     Me dieron lo peor para que pudiera expresar esto y todo lo que me parezca injusto, sin miedo a recibir por ello lo peor.
      Me dieron lo peor para que descubriera que lo mejor siempre es aquello que me permite ser yo misma, decir lo que pienso, pasar de quien me dé la gana y, en definitiva, ser libre sin miedo a que, por ello, pudieran darme lo peor.





FUMAR, CADA DÍA MÁS CARO

          —¿Cómo dice?... ¿Qué no se puede fumar en la puerta?... Pero, si esto es un Centro de adultos.
          —Señora, es un Centro de adultos donde se imparte una clase de inglés para niños.
          —Pues vaya tela. Me parece demasiado.
          —Es la Ley. Si no le gusta, ponga usted una hoja de reclamaciones contra la Ley.

        ¡Plas! ¡Plas! ¡Plas! (La mujer se encamina a la puerta del bar de enfrente, machacando el asfalto con sus tacones). Allí se encuentra con un grupo de fumadores en corrillo, de pie, junto a las mesas.
        Sale el camarero:
      —Perdonen, ¿van a tomar algo?
      —No. Estamos fumando. ¿Tampoco se puede fumar aquí?
      —Claro que sí. ¿Qué van a tomar? —pregunta el camarero, mientras restriega una de las mesas con un trapo.
       —Pues yo, el sol, como dijo el del chiste, jajajaj —contesta una de las fumadoras.
       —Oiga, me refiero a que tienen que pedirme algo —insiste el chico.
       —Ah, pues traiga un cenicero.
       —Déjese de tonterías que no quiero bronca.
       La mujer atraviesa la calle y se para otra vez en la puerta del Centro.
       —Oiga, ¿cuánto es la multa por fumar donde no se debe?
       —Pues, no sé, pero..., por lo menos, por lo menos, noventa euros.
        —Bien (la mujer abre el bolso, mientras el cigarrillo le cuelga del labio). Tenga, ahí van 180 euros. Y fume, fume usted también, que le invito yo.




VAYA LÍO

        Tengo un descontrol de narices. Se supone que el ser humano es el único animal capaz de adaptarse a todo; doy fe: me he quedado sin crema del pelo y me eché un poco de vinagre. Pero es que a esto del cambio de hora no le acabo yo de tomar el pulso, miusted. Con lo bien que llevé lo de la moneda: tres euros, quinientas pesetas; seis, mil. Cincuenta euros es un billete gordo. El de cien ni lo he visto; pero vamos, que me creo que existe, como existe Plutón (que tampoco lo he visto).

         En fin, que hoy, a las 14 horas 30 minutos, “que eran las 13 h 30 minutos "(nueva hora oficial) yo decía que no, que eso de comer tan pronto me parecía muy de ´guiris`. En España, por lo general, se almuerza más tarde; of course. Pero como tenía hambre... (en realidad eran las dos y media, hora estomacal) pues nada, que tuve que poner de mi parte y tragar con el cambio de horario: se come antes o te las entiendes con tus tripas. Y como todo iba adelantado, pues el café también tuvo que adaptarse al horario. Y a eso de las seis, que eran las cinco, me hice un lío, no me acordé y me volví a preparar otro café. Ahora, con dos Saimaza naturales, tengo los ojos como platos.
         Con la niña sí que anduve con tacto, porque una cría de cuatro años no tiene porqué adaptarse tan rápido a estas loquerías que no hacen otra cosa que descontrolarnos más de que ya estamos. De manera que le di de comer a las dos, que eran las dos: la hora a la que recibe su comida principal (aunque los relojes marcaran la una). 
         Pero claro, quise acostarla un ratiro a la siesta y ahí se me desmontó todo.
         Y es que a los mayores nos llevan y nos traen por donde quieren, pero a los niños no hay quien los engañe. Resulta que al comer a las dos —que eran las tres—, yo la quise acostar a las tres, que eran las dos, y es cuando me ha protestado diciendo: «Abuela, que yo siempre duermo la siesta a las 16».

         Por eso digo que estoy tan liada como el del chiste, cuando decía: «Yo ya no sé si el médico me ha recetado una pastilla después de cada comida o una comida después de cada pastilla».




NO SIENTO LAS PIERNAS

        Nada. Que no hay manera. Ni que me lea un artículo interesante ni que busque en Internet ni que inserte una palabra, un recuerdo, una anécdota... Anda, monina, aparece...
        Joder, que no. Que esto de la inspiración es como el lápiz de ojos, cuando más lo necesitas se te cuela debajo del sofá o te lo encuentras sin punta.
       ¿Me estaré oxidando?...
       ¡Plas, plas, plas! Me voy al baño, enciendo la luz, pego la cara al espejo y me tiro del párpado: decía mi abuela que si estás malita tienes que mirar la parte interna del párpado inferior y que no esté blanca. A ver..., pues no, no lo está. ¡Agggg! Tampoco es de la garganta, no hay placas a la vista. ¿Y el tono? A ver el tono:
      La donna é mobile,
      qual piuma al vento,
      muta d´accent.
      E di pensiero...
     Perfecto. ¿Entonces?... ¿Por qué todavía no escribí nada con la hora que es, o con las horas que son? ¡Qué desesperación! (pareado, cacofónico y lombrino; la última palabra me la acabo de inventar, a ver si así engraso circuitos).

      Ya sé que no hay que obsesionarse con las cosas, pero es que yo, si dan las doce de la mañana y no escribí algo, pienso: «Un día de entrenamiento perdido». Porque esto de la escritura es como el que corre a diario y va una mañana y no se puede levantar de la cama, ¿chungo, verdad?
      ¡Ay!, a ver…, creo que se me está ocurriendo algo… ¡Eso es! Voy a escribir lo del niñato ese que me encontré ayer en la estación de cercanías y no paraba de hablar por el móvil.
      Veamos (me humedezco los dedos y tiro de la bandeja del ordenador). En esto que escucho a mi hija desde el fondo del pasillo:
      —¡Mamaaá!
      —Siiiiii (contesto).
      —¿Tienes que salir a compraaaar?...
      —Siiiiii.
       —Pues, que no se te olvide la espuma del pelooooo.
      —Nooooo.
      Si es que no puede ser. Ahora que me había venido la inspiración... Es que, esto de llevar la escritura mezclada con la casa y los encargos, tiene su mérito; y luego dicen que si el Pérez Reverte, que si la Isabel Allende … A esos los quisiera yo ver escribiendo con el potaje de garbanzos al fuego, el tío del contador de la luz llamando al portero automático, el niño pidiéndote dinero para gasolina, la vecina de arriba con los tacones y las voces en off:
        —Mamaaaaaaaá, ¿todavía no has ido a comprar? A ver si te cierran.

        En fin, me voy a por la espuma de los cojones, igual me ocurre algo interesante en el camino, vengo y lo escribo. Pero vamos, que a este ritmo y con la inspiración en el supermercado me como yo una rosca en el mundo de la escritura.
       Ahora comprendo a Rambo cuando dijo aquello de: «No siento las piernas».

martes, 2 de agosto de 2016

Mira que os mando a la mierda...

        Hoy pensaba hablaros del ciclo vital de las mariposas, pero no me sale. Y todo porque tengo un asunto en la cabeza que es el peor sitio donde se puede tener algo. La mente es una torturadora. Te trae lo negativo, añade incertidumbre a tu positividad y te recuerda lo mal que se portan contigo. A la mente no hay que escucharla. Todo tiene que sentirse, porque es lo único que vale y lo que no te engaña. Pero, yo todavía no he aprobado esa asignatura.

      Bueno, a lo que iba...
      Que yo valoro mucho a la gente capaz de hacer sayos de sus capas, pero no todos somos tan habilidosos con las telas. A mí es que se me parten los hilos y, del mosqueo, luego me duele la tripa y la emprendo a mamporrazos con los cojines del salón. Por eso me pongo al teclado y lo suelto. De ahí que hoy no consiga camuflar el mosqueo con lo de las mariposas. De manera que, lo voy a soltar. Bajito o a voces, pero lo suelto; yo esto de la inflamación abdominal por acumular berrinches no lo alimento. 

        Mira, guapa, que tú ya no me longanizas (es que me sale esta palabra de las veces que ponen el anuncio ese del salchichón de Casa Tarradellas). Pues, eso, que ya sé que los barecitos soleados y con terracita son públicos. Pero, tía, que los hay a patadas para que tengas que venirte al mío (quiero decir al barecito con terraza que yo he descubierto para tomar una infusión al sol). 
    Y voy y se lo cuento a un amigo, por nada, por sacarlo de dentro (el berrinche, digo) y va el muy capu... (piiii) y me dice que no llevo razón, que yo siempre estoy con la escopeta cargada, que si no se puede ir así por la vida, que si tocino, que si manteca. En fin, que le digo que si es un amigo, lo que tiene que hacer es apagar los truenos, no darles patadas para que siga explotando. Y como insiste en que la culpa es mía y no de la susodicha que me busca para cabrearme, pues le digo a mi "amigo" que se vaya de mi bar (del bar donde tomo mi infusión en la terracita al sol), porque, si una no puede sacar las uñas de los bolsillos, a ver cómo me las corto...

      Que no, que no. Que los amigos no tienen pedagogía. Que no se enteran. La razón siempre la tiene tu amiga (yo) aunque no la tenga, porque, para quitármela ya están los otros (y la otra). Y luego, cuando se vaya el sol, cuando la terracita ya no parezca una terracita ni los truenos hagan ruido, mi amigo lo que tiene que hacer es prestarme su chaqueta por si me da frío y, en ese momento, en ese instante en el que el sol, cansado de faenar la tarde, se pierde en el horizonte recogiendo sus flecos de luz, en ese instante, mi amigo, lo que tiene que hacer (repito) es decirme: "Loli, no te enfades con nadie, que luego se te inflama la barriga" Y ya está. Pero no. Ni se le ocurre.

        Me voy a echar una primitiva a ver si puedo mandar a la mierd... (piiii) a la pelanduzca esa y a mi amigo...
      Ahora que lo pienso..., para eso no necesito más que soltar lo que llevo en la barriga y que me sigan. Si es que nos complicamos la vida. ¡Con lo fácil que nos lo puso la naturalezaaaa!





CUIDADO CON LAS PALABRAS

           Que te llamen por teléfono para decirte que prescinden de ti en algo, no es que me a arañar las paredes, ni a sacarme los pelos de rabia, pero, oye, no me ha gustado nada la palabra. Igual porque suena despectiva, o porque significa que has dejado de ser útil para alguien o para algo. 
        Prescindir es pasar por alto y suena a desprecio. Ya sé que las palabras están para usarlas, aunque, diciendo lo mismo, se les puede cambiar el color por otras menos punzantes; no será por la falta de riqueza léxica… El caso es que el servicio del que han prescindido de mí, ya casi no merecía la pena, entre otras cosas porque, con el mismo trabajo, ahora, se cobra la mitad. La crisis, otra palabreja fea que usamos de coletilla a la hora de despachar asuntos como este. Pues eso, que prescinden de mí.
          La cuestión es que, desde hace tiempo, formo parte del funcionariado que colabora en las elecciones —ya sean nacionales, autonómicas o municipales— como representante de la Administración; un cargo de responsabilidad que me gusta bastante. Tampoco es que paguen mucho, en comparación a los días que andas pringada recogiendo y entregando papeleo antes y después de la jornada electoral, al margen de tu labor presencial ese día. Pero bueno, que yo seguía en ello por detalle, y porque no se puede estar sólo a las maduras (o sea, cuando sí que pagaban bien). 
         Recuerdo que una vez el presidente de mi mesa se equivocó y, en vez de darme la copia del acta de escrutinio, imprescindible en la documentación que yo debía guardar, me entregó otra hoja. Y no veas lo mal que lo pasé al día siguiente, buscando la sede abierta de algún partido político donde me facilitaran el dichoso papelito para fotocopiarlo. Esto fue cuando la Junta ya pagaba la mitad, de manera que, con el disgusto, se me cogió un tremendo dolor de muelas y terminé gastándome el dinero en el dentista. Por eso digo que ya me había planteado dejar esto, y mire usted por donde, me lo han puesto a güevo. Pero, insisto, no me ha gustado nada la palabra.

          Además, y pensándolo bien, igual hasta me quedo con la palabreja de marras y la suelto cada vez que quiera pasar de alguien o de algo. ¿Te imaginas?: "Lo siento, pero, en este momento, van a tener que prescindir de mí".




DETALLES Y BANDEJA DE ENTRADA

         Tengo cinco mensajes nuevos en el correo. Qué bien. Digo que, qué bien que nos anuncien el número antes de que sepamos quién se ha tomado la molestia de escribirnos. Porque, oye, si no fuéramos tan egocéntricos, prepotentes y relamidamente importantes, este hecho de recibir correo en nuestro correo, tendría que tomarse así, como un detalle que nos brindan otros. Sí, ya sé, a veces no son otra cosa que anuncios de ´Viagra´, reenvíos masivos o invitaciones a eventos a los que no asistiré. Pero bueno, yo hablo de los correos personales, los que llegan a nuestro nombre, para nosotros, para mí. 
     El caso es que, seré un poco lela, pero me gusta adivinar. Me gusta elucubrar, o sea, elaborar una divagación complicada y profunda sobre quién me envía correos antes de abrirlos. Y, oye, casi nunca
acierto. Vaya pelma el del curso de Guión, ¿es que no se da cuenta de que llevo años sin atender sus repesadas ofertas? Raro es el día que no encuentro uno de sus megamagníficos mensajes sorpresa, donde me augura un futuro brillante en la escritura si me apunto a sus cursos. Pues, ahí va: eliminar,  eliminar y eliminar, del tirón. Tengo ya un vicio con eso de marcar correo y eliminarlos que podría vaciar mi bandeja de entrada con los ojos cerrados y manoplas en los dedos. En fin, que la hierva crece en todas partes. A cambio, cuando ya despejo la morralla y todo queda soleadito y limpio, es cuando disfruto de verdad abriendo despacito y con entusiasmo los mensajes amigos (o enemigos; que tener enemigos es muy buena señal, siempre que se tomen la molestia de escribirte cuando podían ocupar su tiempo en otra cosa).

        Bueno, como decía, tengo cinco mensajes en la bandeja de entrada y me voy a preparar una infusión con elucubraciones antes de averiguar los remitentes; hace mucho que aprendí esta práctica del “ahora vuelvo” como terapia ante el estrés; además, resulta muy gratificante comprobar que dominamos la “impronta” (creo que esta palabra define lo que quiero decir; y si no lo hace, me da lo mismo, porque es una palabra que me gusta).

        ...Ya he vuelto. Me siento al teclado, maximizo la pantalla y pincho donde dice: Bandeja de entrada (5). A ver, a ver… Ay, si ya no me acordaba, qué tonta… Claro, vaya despiste. Los cinco mensajes son míos; míos, míos. Yo misma me los mandé a mí misma. Pero no creas que estoy como una regadera, lo que ocurre es que, si me pilla en otro ordenador que no es el mío y descubro alguna página que me interesa o necesito recordar algo, me lo paso al correo para luego abrirlo en mi portátil. 
        Uno de mis mensajes es la página de Juan José Millás (que me encanta como escribe); otro es el enlace del libro completo de Ana María Matute “Paraíso Inhabitado” (que me recomendó mi amiga Mar) y que, al no encontrarlo en la librería, lo busqué en Internet y me lo guardé aquí; el tercer correo es una crónica del escritor Miller que encontré por ahí y me interesó; el cuarto es un párrafo que quiero incluir en mi novela y al que le di forma en la cabeza antes de llegar al trabajo y pasarlo a mi correo (para que no se me olvide) y el quinto (éste es el más curioso) es un mensaje que contiene una
recopilación de palabras que colecciono porque huelen muy bien.

        Pues nada, mira tú qué curioso, que yo me haya acordado de mí y me haya enviado al correo todo esto que me gusta. A ver si tengo un ratito y me contesto dándome las gracias por el detalle que tuve conmigo.





PAPELERÍA SINGULAR

          Mi tía Virginia no ha pisado una papelería en su vida; doy fe. Hace unos días se le rompió la lavadora —un agujero en la goma por el que se escapaba una vía de agua— y no tuvo más remedio que salir a buscarle arreglo. Le preguntó a un guardia y este le indicó el camino a la tenencia de Alcaldía.
      —¿La te..., qué? Mire, agente, lo que busco es una papelería para comprar
pegamento.
      —Pues pregunte ahí, que yo no me sé dónde están todos los negocios.
       —Ah, bueno —contestó mi tía, que siempre tuvo mucho respeto a la autoridad; sobre todo cuando vivía el abuelo.
       Después de preguntar y preguntar —ya que la Tenencia estaba cerrada, porque las dependencias municipales no trabajan por las tardes; los guardias sí— dio con lo que ella dedujo que era una papelería: libros, cuadernos, bolígrafos, gomas, lápices, novelas, atlas…«¡Huy!, cuánta tontería rara» —pensó.
        —Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla? —preguntó el dependiente.
      —Mire, necesito un bote de Super Glue, es para la lavadora, que mi niño, el muy bruto, ha metido un cinturón con la hebilla y me ha roto la goma.
         El dependiente la mira como si le hubieran pedido un lápiz para desatascar el váter. Sin mediar palabra, extrae un libro del expositor y lo coloca en la mesa. Mi tía lee el título: «Los objetos nos llaman» de Juan José Millás.
        —Bien, me lo quedo. ¿Cuánto es?
       El dependiente le señala con el dedo una pegatina adherida a la parte baja de la cubierta, donde dice el precio. Mi tía le paga, recoge su libro y se vuelve a casa.
        Ya en el lavadero, coloca una silla, una lamparita y una fregona (no se fía mucho de aquel invento). Añade el detergente a la lavadora, le da al botón y se sienta a leer (porque leer, sí que sabe; aunque lento...). Al rato, empieza a gotear la goma, y ella intenta leer más rápido, pero le resulta imposible. De manera que llama a su hijo —mi primo Fernandito—, que es un empollón.
       —Lee, hijo, a ver si contigo tenemos más suerte —dice—. El niño coloca el bollycao en el poyete de la ventana, se limpia la boca en la manga del jersey y empieza a leer…
          Pasado un rato, el agua de la lavadora sepulta los tobillos de Fernandito, y amenaza con calar al piso de abajo.
       —Trae, hijo —le dice mi tía—. Anda, busca el número de los bomberos. Que mañana mismo me planto en la papelería y le digo al tipo ese que venga y me coloque la goma de la lavadora, que a mí no me van nada estas chapuzas con hojas.




MI COLECCIÓN DE FRASES

       Desde siempre, me han maravillado las frases. Por eso, durante muchos años, las fui recopilando en un cuaderno. Tengo más de un montón. Cuando la gente colecciona objetos (sellos, bolígrafos, estampas, chapas, mecheros…) comparten sus pequeños tesoros de tiempo con los demás. A mí, con mis frases, me ocurre lo mismo. Claro que yo lo tengo más fácil, porque puedo usar mis frases en medio de una conversación, en los mensajes de texto, enmarcarlas o insertarlas en camisetas… Pero lo que más me fascina de las frases (o sentencias) es la capacidad que tienen para decir tanto con tan poco. Y digo esto porque yo soy muy de sintetizar (aunque no siempre lo consigo). Por ejemplo, si me cuentan un chiste, para contarlo yo, voy y lo resumo. Además de sintetizar, suelo pecar de práctica; sobre todo cuando hago limpieza en casa, y nada me parece imprescindible. ¡Huy! Qué peligro .
        Con las personas, me va ocurriendo lo mismo (digo, lo de ser práctica); y no por despreciar a nadie —Dios me libre—, sino porque entiendo que, el querer agradar a todo el mundo, ser amiga de todo el mundo, atender a todo el mundo y simpatizar con todo el mundo a lo único que conduce es a no atender a nadie como se merece, no disfrutar de las personas que realmente te importan y perder a los pocos amigos que son de verdad; una forma de quedarme con poco, pero auténtico.

       Aquí van dos de las mejores frases de Chesterton (escritor británico del siglo XX).

       1.- La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta.
      2.- Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina.